En junio de 2012 cubrí una Master Class en Fermatta impartida por Terry Lippman, productor, manager, editor, director artístico y publicista, quien trabajó para artistas como Matchbox Twenty, Rob Thomas, Kady Z y George Michael, entre otros.

Entre las muchas y muy interesantes cosas que dijo, recuerdo especialmente dos. Las cuales sobrevivieron a mi pésima retención. La primera es que Lippman aseguró que en la industria musical no triunfa el que es mejor, sino el que es único. “Find your uniqueness”, fueron sus palabras textuales.

Ahora volveré sobre este concepto. Antes quiero recordar la segunda cosa que se grabó sobre aquel encuentro. Lippman dijo que durante un breve periodo de su vida trabajó cerca de David Bowie, mucho antes de que el británico se convirtiera en una súper estrella. “Y siempre que llegaba a su casa, lo encontraba dibujando bocetos y haciendo notas. Estaba obsesionado con diseñar cada detalle de la carrera que apenas iba iniciando, con adelantarse al futuro”, nos platicó a los reunidos en la escuela de música.

Me extraña en consecuencia que las estrategias comerciales para conmemorar tanto su 70 natalicio como su primer aniversario luctuoso no hayan diseñadas desde el concepto que el artista tanto enarboló como bandera: la innovación. Más bien cayeron en lo predecible.

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Bowie siempre estuvo adelantado a su tiempo. Porque su tiempo en el fondo siempre fue el futuro. Eso es lo que lo hizo único e irrepetible. Era un cantante destacado, pero ¿el mejor de todos y todos los tiempos? Un guitarrista excepcional, pero ¿ninguno mejor que él? Ni siquiera tiene sentido sumirse en semejante debate. Al final, David Bowie era un artista excepcional que imprimió a cada segmento de su quehacer artístico, como actor, productor, compositor, músico y hasta icono de la moda, un sello indeleble que a la postre, ahora que despareció físicamente, le aseguró la inmortalidad. Temprano encontró lo que lo hacía único.

Ese es el aprendizaje. Uno, como quien esto escribe, no debe empeñarse en volverse el mejor acomodador de palabras, sino en redactar de una forma que lo distinga entre los millones que lo hacen también.

Ayer domingo Bowie hubiera cumplido 70 años. Para celebrarlo, se lanzó un EP titulado “No plan”, que incluye sus (presuntas) últimas grabaciones. Tres temas, “No plan”, “Killing a little time” y “When I met you”, que integraban el soundtrack de “Lazarus”, el musical que realizó en 2015, inspirado en la novela “The man who fell to Earth”, que el mismo Bowie protagonizó en 1976 en la versión cinematográfica de Nicolas Roeg.

https://open.spotify.com/album/2zhmNj7DAfoHCLrApo7ipN

 

A “No plan” le correspondió además un video dirigido por Tom Hingston en el que un conjunto de televisiones puestas en un escaparate proyectan fragmentos de la letra a un conjunto de personas que lentamente se acercan a leerlas.

https://www.youtube.com/watch?v=xIgdid8dsC8

 

También este fin de semana la BBC proyectó el documental “The last five years”, que profundiza en el último lustro de vida del artista, haciendo hincapié en los procesos de grabación de sus últimos trabajos, los discos “The next day” y “Blackstar”, además del ya referido musical “Lazarus”.

https://www.youtube.com/watch?v=XcTOAtJKaaE

 

Sumado a ello, desde el 16 de diciembre se presenta la exposición “Duffy/ Bowie: Five Sessions” en el Museo de la Ciudad de México. La obra está compuesta por 42 fotografías que Brian Duffy le realizó a Bowie a lo largo de su carrera. Obviamente, la muestra se ha llenado tanto de viejos conocedores del Duque Blanco como de fieles recién allegados a su obra.

Un disco. Un video. Un documental. Una exhibición fotográfica. No suena mal pero sí insuficiente para celebrar la huella artística de un personaje tan singular. Alguien ante casi cualquier otro artífice de la cultura pop se quita el sombrero.

Sin embargo creo, y puedo equivocarme, que la industria se vio algo fría al momento de celebrar el legado de Bowie. Porque merecía mucho más ruido. Una campaña similar a la que se pone en marcha cuando se lanza un nuevo “valor”, que en varias ocasiones hace desmerecer la palabra misma. Y no me refiero a que su importancia –indiscutible– lo mereciera, sino a que esa misma industria, tan golpeada económicamente, pudo haber ganado toneladas de dinero a costa del furor que el artista aún genera entre expertos y advenedizos.

Quizá a quienes idearon los festejos les faltó lo que Bowie le sobraba, imaginación infantil.

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De acuerdo con lo que Lippman nos contó aquella tarde, Bowie era un tipo meticuloso, juguetón y sin temor a equivocarse. Como los niños. De ahí que la oscura casualidad de que muriera sólo dos días después celebrar su cumpleaños número 69, cerrando un círculo simbólico, luego de grabar un disco con tantas referencias a la muerte como “Blackstar”, hiciera elucubrar a algunos que Bowie predijo su fallecimiento. ¿Y si todo era un juego?

Lo que no se puede negar es que él, como Lázaro, se ha vuelto a levantar para caminar entre nosotros. Que el 10 de enero se convertirá con el paso de los años, sobre todo en los aniversarios 10, 15, 20, 25 y et al, en una de esas fechas (como el fallecimiento de Elvis, Michael Jackson, Marilyn Monroe y Kurt Cobain) que a los reporteros nos meten en un predicamento porque estamos obligados a escribir algo, aunque ya no sepamos qué.

Quizá el secreto de la inagotable creatividad del británico radicó en algo que leía en el libro “Mis salvajes rockeros”, del catalán Jordi Sierra I Fabra. La novela, mezcla de realidad y ficción, aborda sus experiencias como periodista de rock en las décadas de los 70 y 80 pero se encamina hacia el mero disparate. En el capítulo dedicado a Bowie, Jordi lo convierte en un extraterrestre con el que, en efecto, se va a dar una vuelta por el espacio exterior. Ahí Bowie le confiesa que es sólo un niño en su planeta de origen, que suma “sólo” 375 años terrestres y que ha sido enviado a nuestro planeta a jugar.

“Ziggy Stardust, Aladdin Sane, los Spiders from Mars, el David de Diamond Dogs y el de Labyrinth, el de Heroes y el Scary Monsters. Un niño jugando a disfrazarse, un niño lleno de fantasías, un niño creciendo a través de los siglos, no de los años”, concluye el autor casi al final del cuento.

¿Y si en realidad era eso y ahí radicaba su genialidad?

Me remito ahora a la entrevista que Playboy le realizó a Bowie en 1976, firmada por el después cineasta Cameron Crowe, en la que habla abiertamente de muchas cosas (como su bisexualidad) y termina reconociendo que, como a los pequeñuelos, le gusta llamar la atención: “Honestamente no sé dónde está el verdadero David Jones. Es como un juego de la moneda escondida bajo alguna tapa. Sólo que tengo tantas tapas que olvidé cómo se ven las monedas. No lo sabría si la encontrara. Ser famoso pospone los problemas de descubrirme a mí mismo. Lo digo en serio. Ésa es la principal razón por la que soy tan incisivo para ser aceptado, por la que he luchado tanto para usar mi cerebro en algo artístico. Quiero dejar una huella. En mis primeros materiales, lo logré con pretensión pura. Me considero responsable de una nueva escuela de pretensiones, ellos saben quiénes son.”

Hubiera querido celebrarte con algo más original que estas letras, querido David. Pero no se me ocurrió con qué.

Por eso decidí mejor ponerme a jugar.

Publicado en Marvin